EL REY DE LOS MARES Y LA BELLA TERESA #leyendas #lecturajuvenil #francia #prueba #amoreterno
Algunas personas creen que bajo el mar no hay nada más que extensiones de arena fina. Otras, por el contrario, cuentan que, bajo la superficie de los mares, existe un mundo extraordinario lleno de cosas magníficas y poblado de criaturas mágicas. ¿Quién tiene razón y quién se equivoca?
Sin duda, los únicos que nos pueden sacar de dudas son los peces... ¡Pero muy pocos saben hablar! Sin embargo, un día uno de ellos le contó a un marinero solitario todo lo que se esconde en el fondo de los mares. Le dijo que allí las frutas son rojas como rubíes. Que los árboles siempre están verdes y los vegetales florecen. Que las casas son castillos llenos de lámparas colgadas del techo y cristales. Que los jardines están salpicados de perlas y piedras tan preciosas como bellas. Que los peces y los pájaros bailan juntos entre las olas. Que en ese mundo maravilloso reina un generoso soberano, tan poderoso como valiente, y que con él vive una mujer de gran belleza con la que un día se casó. Sucedió hace tanto tiempo que ya nadie recuerda a ese viejo tiburón agazapado en el fondo del mar...
Un buen día el rey de los mares se enamoró de una joven que cantaba en la playa mientras recogía unas conchas. No ignoraba que pertenecía al mundo de los humanos y que, para casarse, tendría que separarse de su primera esposa, con la que estaba comprometido desde hacía ya tiempo: la hija del rey de los volcanes. Éste era orgulloso, intoleranate y colérico. Cuando vio llegar sola a su hija, se enfadó mucho y lanzó desde la Tierra hasta lo más profundo de los mares unas piedras incendiadas, torrentes de barro envenenado y nubes de humo acompañadas de ruido de truenos y resplandor de relámpagos. Después, su furia se apaciguó y le propuso un trato al rey de los mares:
-Has humillado a mi amada hija a causa de una simple mortal. Así que has preferido lo efímero a lo eterno. El mundo humano no es nada comparado con nuestro poder. Eso tú no lo puedes ver... Pero muy pronto te darás cuenta de tu error y comprenderás tu desgracia. Tú y tu nueva mujer viviréis durante un millar de años como habéis deseado. Pero, pasado ese plazo, os haré perecer en unas aguas más ardientes que la lava incandescente, a no ser que logréis encontrar en la Tierra a una mujer capaz de demostrar que el amor humano es más fuerte que el miedo a la muerte, que es fiel, eterno y resiste a la tentación. Si no encuentras una mujer así... ¡ay de tí! Os enterraré en un abismo sin fondo.
Convencido de que su suegro llevaría a cabo su amenaza, el rey de los mares empezó a buscar a una mujer capaz de amar ciegamente. Pero por mucho que navegó de país en país, no descubrió a nadie capaz de sacrificarlo todo por aquella persona a quien decía querer.
Dio con muchas mujeres enamoradas que parecían muy valerosas, pero que ante el peligro se olvidaban de sus promesas. Se topó con muchas jóvenes, bellas y graciosas, que afirmaban ser fieles, pero luego resultaban no serlo. Así que acabó desesperándose e incluso resignándose ante la idea de morir con su segunda esposa cuando pasara el plazo del millar de años.
Cuando transcurría el año novecientos noventa y nueve, descubrió, en la orilla del mar Mediterráneo, un gran pueblo de pescadores. Allí, Teresa acababa de entregarle su corazón a Carlos, un modesto muchacho que no tenía nada, ni siquiera una casa. Ella, sin embargo, era la hija de un rico comerciante y no le faltaban pretendientes que acudían a pedir su mano y a ofrecerle vestidos de satén, joyas y objetos preciosos. Pero Teresa quería a su pobre enamorado. Su padre no parecía muy contento, pero, al final, se había dicho que el dinero no bastaba para ser feliz y Carlos tenía suficientes cualidades para llenar de alegría el corazón de su hija. Así que organizó en su casa una bonita boda...
La víspera del matrimonio, los novios fueron a pasear por la playa. Juntos vieron cómo el sol enrojecía en el horizonte y escucharon las dulces canciones de las olas. Sobre la fina arena dorada, admiraron las conchas depositadas por la marea. De repente, mientras estaban cogidos de la mano, vieron un gran navío con las velas plateadas amarrado a una roca.
-Ese barco no estaba ahí hace un momento... Es bonito, pero me da miedo... -murmuró Teresa a su novio.
En ese instante, oyeron una voz melodiosa:
-¡Buenas noches, hermosa dama! ¡Buenas noches a ti, buen pescador!
Se volvieron y descubrieron a una mujer muy bella que les miraba con ternura y les dijo:
-Tengo que ir a ese barco, pero no puedo caminar sobre el agua. Joven, ¿podrías acercarme? Te recompensaré...
Antes de que Teresa pudiera contestar, Carlos aceptó. No podía apartar la mirada de la bolsa que llevaba la desconocida en la que sonaban miles de escudos. Estaba un poco avergonzado, por no tener dinero para ofrecerle a su novia, ni tan siquiera un anillo, un modesto vestido o un humilde ramo de flores. ¡Era una ocasión inesperada y el favor que le pedían era realmente fácil!
Tendiendo la mano hacia la bella extranjera, se alejó rápidamente de la playa tras haberle dicho a Teresa:
-Espérame y no te preocupes. Estaré de vuelta en seguida...
La joven, con el corazón encogido, vio cómo se iban distanciando. Aunque el barco no estaba muy apartado, desaparecieron como por arte de magia. Sobre las olas sólo quedó una bandada de delfines que lanzaba gritos y saltaba. Teresa corrió rápidamente a un extremo del cabo, sobre un acantilado desde el que podía ver los alrededores sin dificultad. Entonces, sobre la nave, observó como Carlos y la bella desconocida se inclinaban amorosamente el uno sobre el otro. Se le heló la sangre en las venas y estalló en amargos sollozos. Poco le faltó para arrojarse al mar. Pero entonces, una mano cálida se poso sobre su cuello y una voz grave le dijo dulcemente:
-¡Deja de llorar! Por poco te equivocas y te unes a un hombre que no te merece. ¡No te preocupes! Te amo desde hace tiempo... Como soy un rey muy poderoso, te ofrezco todos mis bienes de la Tierra y los que se encuentran en el fondo de los mares. Te convertirás en reina de los océanos. Nos casaremos tendremos hijos y reinaremos sobre el universo hasta el fin de los tiempos.
Mentras hablaba, el desconocido hizo que floreciera sobre la playa un ramo de maravillosas flores de las que cada pétalo era una piedra preciosa, y se lo entregó a la asombrada joven, que lo cogió sinpensar. Cuando fue a olerlo, se dio cuenta de que no tenía ningún perfume, y empezó a inquietarse:
-¿Quién es usted, y qué quiere de mí? ¿Por qué intenta enfrentarme con mi novio? ¡Le he prometido mi mano y me casaré con él mañana mismo!
-No eres más que una joven testaruda y yo soy el rey de los océanos. Soy tan rico y tan poderoso que nadie puede rechazarme. Te he escogido por novia y si te niegas a venir conmigo por las buenas, ¡te obligaré! En cuanto a ese pobre marinero con el que te quieres casar, ¡puedo hacer que se lo traguen las aguas junto a la bella dama y su barco!
Tras estas palabras, le quitó de las manos el ramo de flores a la asustada joven y lo tiró al mar. Inmediatamente, éste empezó a agitarse. Se levantó un fuerte oleaje y se formaron unos remolinos y gran cantidad de espuma. Unas pesadas nubes cubrieron el cielo. Se levantó el viento, soplando furioso Cayó un rayo sobre el mar... ¡y se tragó el barco! Carlos y la bella desconocida desaparecieron.
Teresa gritó, luchó y se desmayó de repente.
Entonces el rey de los océanos llamó a su pez gigante y cogiendo en brazos a la joven, la colocó sobre su lomo y el pez se sumergió en las tenebrosas profundidades.
Cuando Teresa se despertó, estaba echada sobre un lecho de satén en un espléndido palacio marino. En la sala había una bella luz de color verde claro. Unas sirvientas pasaron silenciosamente con vestidos de gasa blanca. Las medusas y las anémonas de mar bailaban al corro al son de una dulce música. En ese universo mágico, el soberano hizo su aparición y se inclinó hacia su amada:
-¡Bienvenida a mi castillo! Te convertirás en la reina de las aguas y no tardarás mucho en olvidarte de la Tierra, de tu padre y de tu antiguo novio. Te colmaré de riquezas, de alegría y de ternura. No podrás hacer otra cosa que amarme y quererme por marido.
Entonces le tendió la mano y la apartó del lecho de satén paara llevarla a visitar su vasto dominio acuático. Atravesaron habitaciones con columnas de magnífico coral, alfombras de algas trenzadas y muebles esculpidos en las rocas con perlas incrustadas...
Teresa no había visto nunca tales maravillas y no pudo evitar asombrarse ante las ninfas que bailaban con unos brillantes y vaporosos vestidos, las flores que surgían de las conchas amontonadas, los frutos que desbordaban de inmensas cestas doradas, las piedras ardiendo que brillaban como brasas en las chimeneas...
Satisfecho por la impresión que le había causado, el rey de los mares atrajo a la hermosa joven hacia un inmenso trono de plata y le dijo con ternura:
-¡Ven! Reinarás conmigo sobre todo este imperio...
Entonces Teresa retrocedió y dijo con un hilo de voz;
-Se lo agradezco de todo corazón, pero yo sólo soy la hija de un comerciante y un día entregué mi corazón a un modesto pescador. Nadie lo podrá cambiar. No dejaré de amarlo hasta el fin de mis días. Y si realmente ha perecido en el mar, eso no cambia nada. Estoy dispuesta a seguirlo hasta la muerte. No me importa todo su oro...
Cuando terminó su discurso, se alejó por una especie de patio en el que volaban los peces voladores y donde unos árboles de hojas plateadas se balanceaban de un lado a otro. Teresa se sentó en un banco y, profundamente entristecida, ocultó su rostro entre las manos. Así estuvo un momento, hasta que reconoció una voz apacible que le dijo con dulzura:
-¡No estés triste! Te traigo a tu novio... Nuestra prueba ha terminado. Gracias a ti le hemos demostrado al cruel rey de los volcanes que el amor humano es capaz de ser grande y fiel. ¡Puede ser incluso eterno! Mi esposo, el rey de los océanos, y yo podremos vivir aún mucho tiempo, cuidándonos y amándonos como también vosotros lo haréis. Sólo nos queda decirte: ¡gracias!
Teresa alzó los ojos y reconoció a la desconocida con la que había desaparecido Carlos, y la dama le contó toda la historia desde el principio.
Los soberanos devolvieron a los novios a su pueblo a orillas del mar Mediterráneo. Ya nadie les esperaba, creían que habían muerto ahogados y habían anulado el casamiento, así que el padre de Teresa se apresuró a organizar unas bodas extraordinarias. Los jóvenes se casaron. Se divirtieron y bailaron, pero nunca contaron su aventura del fondo del mar. Nadie la sabría si no hubiera sido por un enorme pez desconocido que se la susurró un día a un marinero solitario, que se apresuró a contársela a todo los marineros del mundo...
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