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LA COLINA DE LOS ELFOS #cuentosinfantiles #cuentospopulares #andersen #elfos #trolls






Unas ágiles lagartijas corrían por las aberturas de un árbol viejo.  Se entendían bien unas con otras, porque hablaban la lengua de las lagartijas.

-Vaya bullicio y ajetreo que hay en la vieja colina de los elfos -dijo una lagartija-.  Con tanto jaleo, llevo dos noches sin poder pegar ojo, como si tuviera dolor de muelas.

-Algo pasa allí -añadió la segunda lagartija-.  Han puesto la colina sobre los cuatro postes rojos y la han tenido así hasta el canto del gallo, porque de esta forma se ventila, y las elfinas han aprendido bailes nuevos y estuvieron taconeando.  Algo pasa allí.

-Sí, he estado hablando con una lombriz de tierra que conozco -comentó la tercera lagartija.




La lombriz acababa de bajar de la colina, donde se había pasado día y noche escarbando la tierra.  Había oído un montón de cosas, porque, aunque el pobre animal no puede ver, andar a tientas y escuchar si sabe.

En la colina de los elfos esperaban invitados, invitados importantes, aunque quiénes eran, eso la lombriz no quiso decirlo, o a lo mejor no lo sabía.  Todos los fuegos fatuos han sido llamados para hacer una procesión de antorchas, como la llaman, y le han sacado brillo al oro y la plata.

-¿Quiénes serán los invitados? -preguntaron las lagartijas-.  ¿Qué estará pasando?  ¡Escuchad que murmullos, escuchad qué gruñidos!´

En ese mismo momento, la colina de los elfos se abrió y apareció caminando con pasitos cortos una vieja elfina: era el ama de llaves del viejo rey de los elfos.  Llevaba mucho tiempo con la familia y lucía un corazón de ámbar en la frente.  Movía las piernas con agilidad: ¡Pasito a pasito!, caramba, cómo corría a pequeños pasitos, y llegó al pantano, donde vivía el chotacabras, un ave trepadora de colores oscuros y de costumbres nocturnas.




-Estáis invitados a la colina de los elfos esta noche -les dijo-, pero primero tenéis que hacernos un gran servicio: repartir las invitaciones.  Recibiremos a algunos visitantes de mucha categoría, unos trolls que tienen muchas cosas que decir, y el anciano rey de los elfos quiere impresionarlos.

-¿A quién hay que invitar? -preguntó el chotacabras.

-Bueno, al gran baile puede venir todo el mundo, hasta los seres humanos, con tal de que sepan hablar en sueños o tengan al menos una pizca de alguna de nuestras artes.  Pero la selección para el festín es exigente, sólo aceptaremos a la gente más importante...  He estado discutiendo con el rey de los elfos, porque yo opino que ni siquiera podemos admitir espectros.  En primer lugar hay que convidar al tritón y a sus hijas aunque, ciertamente, no les gusta demasiado venir a tierra firme; pero les daremos una piedra húmeda como asiento, o algo mejor, aunque ahora no pienso decirlo.  Todos los viejos trolls de primer rango con rabo, el hombre del río y los duendes pueden asistir, y creo  que no podríamos pasar por alto al puerco de las tumbas, al caballo del infierno y al monstruo de la iglesia; pertenecen al clero y no son de los nuestros, pero ocupan cargos importantes, son familiares próximos y nos visitan con regularidad.

-Bien -dijo el chotacabras, y se fue volando a convocarlos.




Las elfinas ya estaban bailando en la colina; se habían puesto largos chales tejidos con niebla y luz de luna que les quedaban muy bonitos.  Habían adornado muy bien el gran salón, habían fregado el suelo con luz de luna y restregado las paredes con grasa de brujas, de modo que a la luz brillaban como pétalos de tulipán.  La cocina estaba llena de ranas ensartadas en cañas y había también ensaladas de semillas de seta, húmedos hocicos de ratón y cicuta, cerveza de la cervecería de la mujer de los pantanos, brillante vino de salitre envejecido en mausoleo, todo de lo mejorcito.  La cubertería consistía en clavos oxidados y cristal de vidrieras de iglesia antigua.

El viejo rey de los elfos ordenó que limpiaran su corona de oro con mina de lápiz pulverizada: usaban los lápices de los empollones, aunque al rey de los elfos le resultaba bastante difícil encontrarlos.  En el dormitorio, las cortinas estaban levantadas, sujetas con escupitajos de serpiente.  ¡Sí, menudo ajetreo y bullicio había!

-Ahora quemaremos borras y espinas de erizo y, con eso, creo que habré acabado mis tareas -dijo la vieja elfina.

-Querido padre -manifestó la más joven de las hijas-, ¿puedo saber quiénes son los nobles invitados?

-Bueno -replicó él-, te lo contaré.  Dos de mis hijas pueden ir preparándose para la boda, porque se irán de aquí casadas.  El viejo troll de Noruega, el que vive en Dovrefjell, en las montañas, posee muchos castillos de roca y una mina de oro que vale más de lo que uno cree; va a venir con sus dos hijos, que buscan esposa.  El viejo troll es un auténtico vejete noruego, astuto y desenvuelto.  Lo conozco de los viejos tiempos, cuando íbamos juntos a divertirnos.  Había venido a por su mujer, que en paz descanse; era hija del rey de los acantilados calizos de Mon.  ¡Se podría decir que encontró una mujer de tiza!  ¡Vaya, cómo echo de menos a ese viejo troll noruego!  Sus hijos, según dicen, son unos jóvenes robustos, pero malcriados, aunque también es posible que la gente no sea justa con ellos, y cuando maduren un poco serán buenos.  ¡Procurad mostraos amables con ellos!

-¿Y cuándo vendrán? -preguntó la hija.




-Vendrán con el viento -contestó el rey de los elfos-.  ¡Ahorran cuando viajan!  Tienen billete gratuito.  Yo quería que pasaran por Suecia, pero el viejo se niega a abandonar sus costumbres.  No cambia con los años, ¡y eso me gusta!

En ese momento se aproximaron dos fuegos fatuos dando saltos; uno iba más deprisa que el otro, y por eso llegó primero.

-¡Ya llegan, ya llegan! -gritaban.

-¡Dadme la corona y dejad que me ponga a la luz de la luna! -dijo el rey de los elfos.

Las hijas alzaron los chales e hicieron una reverencia.

Allí estaba el viejo troll de Dovrefjell: lucía por corona un duro témpano y sus uñas aparecían bien afiladas.  Portaba además una piel de oso y botas de trineo.  Los hijos, por su parte, mostraban el cuello desnudo y no usaban tirantes, porque eran unos fortachones.

-¿Y esto es una colina?  -preguntó el más joven de los hijos, señalando la colina de los elfos-.  Allá en Noruega a esto lo llamamos agujero.

-¡Listo! -exclamó el viejo-.  Un agujero va para abajo mientras que una colina se eleva.  ¿Es que no tenéis ojos en la cara?

Lo único que les sorprendió, por lo que comentaron, fue que podían entender el idioma sin problema.




-¡No hagáis el tonto! -aconsejó el viejo-.  Podrían pensar que sois unos críos.

Y entraron en la colina de los elfos, donde había una gente de lo más fino; habían llegado corriendo, diríase que los había traído el viento, y todo estaba ya perfectamente preparado.  Las sirenas, sentadas en grandes cubos de agua, decían que era como estar en casa.  Todos se comportaban correctamente, menos los dos jóvenes trolls noruegos, que pusieron los pies encima de la mesa, pues pensaban que todo lo que hacían estaba bien.

-¡Quitad los pies del plato! -recomendó el viejo troll.

Ellos obedecieron, pero sin prisa.  Hicieron cosquillas a las compañeras de mesa con unas piñas que llevaban en el bolsillo, y se quitaron las botas para sentarse a sus anchas y se las dieron a las criadas para que se las guardaran.




Pero su padre, el viejo troll de Dovrefjell, actuaba de manera muy diferente; habló con hermosas palabras sobre las montañas de Noruega y las blancas cascadas que se precipitaban haciendo un ruido ensordecedor, como rugido de los trolls o el sonido del órgano; habló del salmón que saltaba corriente arriba en los rápidos, mientras las náyades, las criaturas que habitan en los ríos y las fuentes, tocaban el arpa de oro.  Charló acerca de las refulgentes noches de invierno, cuando sonaban las campanitas de los trineos y los zagales corrían con llamas encendidas sobre el brillante hielo, que era tan transparente que se veían los peces asustados a sus pies.  Se expresaba tan bien que uno podía ver y oír lo que contaba.  Era como si uno viera funcionando el aserradero, como si viera a hombres y mujeres cantando y bailando.  "¡Hop-sa!"

De pronto, el viejo troll le dio un beso bien sonoro a la vieja elfina: fue todo un beso, a pesar de que no eran parientes.




Ahora le tocaba bailar a las elfinas, tanto bailes corrientes como zapateados, y les salieron muy bien.  Luego llegó el momento del baile artístico.  ¡Caramba, cómo estiraban las piernas, no se sabía dónde estaba el principio y dónde el final, se confundían las piernas con los brazos, daban vueltas como las ruedas de aserrar, y giraban de tal modo que el caballo del infierno se mareó y tuvo que retirarse de la mesa.

-¡Prrrr! -dijo el viejo troll-.  ¡Eso sí que es dominar el movimiento!  Pero, ¿ qué otra cosa saben hacer?

-Ya lo verás -contestó el rey de los elfos, llamando a la más joven de sus hijas.

Era tan graciosa y delicada como la luz de la luna.  Era la más fina de todas las hermanas.  Cogió una astilla blanca en la boca y la hizo desaparecer por completo.  Eso es lo que sabía hacer.

Pero el viejo troll no apreciaba este arte, y dijo que tampoco creía que le gustara a sus hijos.

La segunda sabía caminar al lado de sí misma, como si tuviera una sombra, y eso es algo imposible de realizar por los trolls.




La tercera era completamente distinta; había estudiado en la cervecería de la mujer de los pantanos, y era capaz de sazonar cortezas de aliso con luciérnagas.´

-¡Esta será buena ama de casa! -dijo el viejo troll guiñando los ojos.

Llegó la cuarta elfina; llevaba un arpa de oro que tocaba muy bien, y cuando pulsó la primera cuerda, todos levantaron la pierna izquierda, porque los trolls son zurdos de las piernas, y al hacer sonar la segunda, todos tenían que obedecerla.

.¡Es una mujer peligrosa! -opinó el viejo troll.

Pero los dos hijos se fueron de la colina porque se aburrían

-¿Y qué sabe hacer la siguiente hija? -preguntó el viejo troll.

-He aprendido a que me gusten los noruegos -dijo ella-, y jamás me casaré si no es en Noruega.




Pero la menor de las hijas le susurró al oído al viejo troll:

-Es sólo porque en una canción noruega ha oído que, cuando el mundo perezca, los acantilados de ese país seguirán en pie y por eso quiere ir allá, porque tiene miedo a morir.

-¡Ja, ja! -se rio el viejo troll-.  Y tú te has ido de la lengua.  Pero ¿qué sabe hacer la séptima y última?

-La sexta viene antes que la séptima -corrigió el rey de los elfos, porque sabía contar.

Pero la sexta no quería dejarse ver.




-¡Yo sé decir la verdad a la gente! -manifestó-.  Eso no le interesa a nadie, y tengo suficiente con coser mi sudario.

Llegó entonces la séptima y última, ¿ y qué sabía hacer?  Dominaba el arte de contar cuentos, y encima, tantos como quería.

-¡Aquí están mis cinco dedos! -dijo el viejo troll-.  Narra un cuento sobre cada uno.

Y la elfina lo cogió por la muñeca y él se rio de tal modo que hasta hipaba, y cuando ella llegó al anular, que lucía un anillo de oro, como si supiera que iba a haber boda, el viejo troll le rogó:

-Quédate con lo que has cogido, la mano es tuya.  ¡Yo mismo me casaré contigo!




Pero la elfina le comunicó que aún faltaban el anular y el meñique.

-¡Ya los oiremos este invierno! -dijo el viejo troll-.  Y hablarás también del pino y del abedul, de los regalos de las ondinas, de las ninfas de las aguas y del hielo crujiente.  Tendrás mucho que contar, porque allí no hay nadie que lo haga... y nos sentaremos alrededor de la chimenea y tomaremos almíbar en el viejo cuerno de oro del rey de Noruega; la ninfa de los ríos me ha regalado un par de ellos.  Y cuando estemos allí vendrá a visitarnos el eco, y te cantará canciones de las vaqueras.  ¡Seremos muy felices!  El salmón saltará la cascada y chocará con las paredes de piedra, pero no podrá entrar.  Sí, créeme, se está muy bien en la vieja y  querida Noruega.  Pero, ¿ dónde están los chicos?

Sí,  ¿ dónde estaban los chicos?  Corrían de un lado a otro por el campo apagando los fuegos fatuos, que habían venido muy arregladitos para la procesión de antorchas.




-¡Que es eso de andar haciendo el gamberro! -dijo el viejo troll-.  Acabo de elegiros madre, ¡podríais tomar ejemplo!

Pero los chicos dijeron que no tenían ganas de casarse.  Y se pusieron a charlar, a brindar, se quitaron la ropa y se echaron sobre la mesa para dormir, porque no tenían ni pizca de vergüenza.  Pero el viejo troll estuvo bailando por todo el salón con su joven novia, y se cambiaron las botas, porque eso es mucho más fino que intercambiarse anillos.




-¡Ya canta el gallo! -anunció la vieja elfina-.  Tenemos que cerrar las persianas para que no nos queme el sol.

Y la colina se cerró

Pero fuera correteaban las lagartijas arriba y abajo por las aberturas del árbol y una le decía a la otra.

-¡Oh, cómo me gustó el viejo troll noruego!





-A mí me agradan más los chichos -manifestó la lombriz de tierra, aunque el pobre animal no había podido verlos.

 








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