LA ISLA DE ORADO #leyendas #lecturajuvenil #ucrania #ambicion #libertad
Fédor Boudunov era rico. Muy, muy rico. En Kiev lo llamaban el viejo forrado de oro. Vivía en una enorme casa, en pleno centro de la ciudad, y las torres de su morada eran las más altas y relucientes.
Cada día contaba una y otra vez sus nuevas monedas de oro, las apilaba cuidadosamente y llamaba a Boris Folstoff, su criado:
-¡Cierra puertas y ventanas! -le decía-. Tengo cosas que hacer.
Boris Folstoff suspiraba y obedecía. ¡Ése viejo tacaño sólo le dirigía la palabra para alejarle de su oro!
Y desde el umbral de la puerta, oía cómo Fédor Boudunov amontonaba su oro en grandes cofres de plomo.
Aquello habría podido durar varios años. El amo acumulando su oro y el criado escuchando el tintineo del metal amarillo.
Pero Fédor Boudunov siempre quería más. Un día oyó hablar de la isla de Orado. Según decían, en el centro de la isla se levantaba una inmensa montaña de oro.
-Prepara nuestro equipaje, Boris. Coge pico y pala, y también una piel de vaca.
Boris se extrañó un poco, pero obedeció. A veces a su amo se le ocurrían extrañas ideas.
Un gran velero blanco los llevó a la isla de Orado. Al desembarcar, Fédor Boudunov abrió unos ojos como platos. Ante él, elevándose muy por encima de las nubes, había una montaña resplandeciente, toda cubierta de oro. Babeó y se atragantó. Era mucho más de lo que había imaginado.
Entonces le enseño sus herramientas a Boris.
-Sube allí, cava y arrójame todo el oro que puedas.
Boris Folstoff miró la montaña. Sus paredes eran tan lisas como las de un vaso de cristal. Se encogió de hombros y dijo:
-Nunca podré subir ahí, Fédor Boudunov.
El anciano refunfuñó y le tendió un frasco.
-Bebe, amigo mío. Es un licor mágico. Te harás ligero, ligero, ligero. Podrás elevarte en el aire como si fueras un pájaro y por la noche, después de haber cumplido con tu trabajo, bajarás a mi lado.
Boris bebió un trago del frasco. En seguida sintió su cabeza pesada como un yunque y se desplomó sobre la arena.
Fédor Boudunov se rio ahogadamente mientras tiraba de su perilla blanca. Ese somnífero era una auténtica maravilla.
Cogió la piel de vaca y encerró en ella a su criado, cosiendo cuidadosamente los bordes.
-"Cuando este bendito se despierte en lo alto de la montaña de oro, ya no podrá volver a bajar nunca. Será mi esclavo hasta que muera".
Y con grandes gritos llamó a unos cuervos negros que volaban por la zona.
-Llevad esta piel de vaca a la cima de la montaña oscuros pájaros.
Dicho y hecho. Luego, a picotazos, los cuervos descosieron la piel y se la llevaron a Fédor Boudunov.
Boris Folstoff estaba encantado cuando despertó. ¡Sabía volar! Naturalmente, tendría que cavar durante todo el día, pero la idea de volver a volar por la noche para bajar hasta la playa le causaba gran emoción. Entonces miró a los cuatro cuervos negros que revoloteaban a su alrededor.
-Hermanos pájaros, esta noche os seguiré por el cielo. Esto compensará mis penas.
Y se puso a excavar, picar, cavar y remover la pala a diestro y siniestro, haciendo rodar las pepitas de oro por la ladera de la montaña hasta Fédor Boudunov, que las amontonaba en grandes cofres.
-Pica, cava, excava sin cesar -grita el anciano.
Hasta la noche, Boris Folstoff estuvo vaciando la montaña de oro. Cuando el sol se puso por detrás del mar, había hecho un profundo cráter.
-Ya bajo, amo -exclamó.
Agitó los brazos para echar a volar, pero por mucho que gesticuló, sus pies se mantenían anclados al suelo.
-Mientras haya oro en la montaña, continuarás cavando -gritó el anciano.
¿Qué podía hacer contra ese viejo diablo de Fédor Boudunov? El joven cogió el pico y, lleno de rabia, siguió cavando.
Entonces la montaña, cansada de que la pisotearan y hurgaran así, se puso furiosa. Desde las profundidades del cráter surgió un enorme haz de oro que arrojó a Boris, su pico y su pala por los aires. Después de dar vueltas y hacer varias piruetas, volvió a caer, sano y salvo, sobre la arena blanca.
Tuvo el tiempo justo para taparse con la piel de vaca antes de que una terrible lluvia de pepitas se abatiera sobre la isla y gigantescas lenguas de oro se deslizaran hasta el mar.
La montaña de oro se había convertido en un volcán.
Cuando todo se calmó, el joven salió de la oscura piel y vio a Fédor Boudunov, de pie, inmóvil, con el rostro deformado por un rictus horrible. La lava del volcán lo había petrificado. El viejo forrado de oro era del mismo metal que sus monedas, y así se quedaría para siempre.
Boris Folstoff amontonó en las bodegas del velero todas las pepitas que pudo recoger y, cuando el viento empezó a soplar, se hizo a la mar sin echarle ni una última mirada al viejo tacaño.
Desde el cielo, los cuatro cuervos negros le mostraron el camino de regreso.
Comentarios
Publicar un comentario