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POPOCATEPELT Y CITLALTEPELT #leyendas #lecturajuvenil #azteca #amor #engaño





Hubo un tiempo en que los aztecas reinaban en México.  Eran unos feroces guerreros, siempre dispuestos a combatir al lado de Tezcatlipoca, dios de la guerra y de la noche.

Popocatepelt era uno de ellos.  Valiente como cien osos y rápido como el rayo, era el soldado más valeroso del ejército real.

Cuando Citlaltepelt, la hija del rey, lo vio, se enamoró profundamente de ese muchacho que era tan hermoso como un dios.

Y Popocatepelt amó inmediatamente a aquella joven que era más hermosa que el cielo.  Se juraron amor eterno y el rey consintió, feliz, su matrimonio.

-Estáis hechos el uno para el otro -les dijo.

En los labios de los dos amantes se dibujó una radiante sonrisa.  Sus corazones no habían latido nunca tan fuerte.

-Organizaremos unas fiestas suntuosas para vuestra unión, hijos míos -proclamó el soberano.




Pero el destino había decidido otra cosa.  En ese momento, un mensajero se dirigía hacia el rey:

-¡El enemigo está a las puertas de la ciudad, majestad!  ¡Están destrozando todo, saqueando y matando!

El monarca reunió inmediatamente a todas sus tropas, y puso a Popocatepelt al frente de las mismas.

-Defiende la ciudad,  joven héroe, y defiende también a tu amor.

Citlaltepelt miró fijamente a su querido Popocatepelt y se abrazaron una última vez.

-Espérame, princesa, te juro que volveré -dijo el joven.

Y se puso a la cabeza de sus soldados.

La batalla resultó terrible.  Fue la primera de una guerra sin cuartel en la que los dos ejércitos sacaban ventaja alternativamente.  Tan pronto la ciudad proclamaba su alegría ante la huida del agresor, como el ejército real se batía en retirada perseguido por la multitud enemiga.  El enfrentamiento duró meses.  Muchos hombres habían alcanzado ya el negro reino de Tezcatlipoca.

-"Si Popocatepelt muere en esta batalla, no sobreviviré" -pensaba Citlaltepelt.




Y escudriñaba el horizonte, acechando con desesperación la silueta de su prometido.

Pero siempre regresaba sano y salvo, y después de cada enfrentamiento lo estrechaba contra su corazón, llorando de alegría.´

-La hora de la victoria va a llegar pronto le decía Popocatepelt.

Era verdad.  Por fin el ejército real logró ganar una gran batalla y aquel día, Popocatepelt, en primera línea, golpeando sin descanso al enemigo con su espada de oro, fue el héroe del triunfo azteca.  Incluso consiguió salir totalmente indemne de este último y sangriento combate.

Cuando los enemigos huyeron y se convirtió en amo y señor del campo de batalla, se detuvo un momento para darle las gracias a Tezcatlipoca con algunos sacrY  ificios, aunque esto retrasara su encuentro con Citlaltepelt.

Por su lado, el jefe del ejército enemigo, humillado, planeaba su venganza y reunió a unos soldados.

-Hemos sido vencidos, amigos míos.  Pero no he dicho mi última palabra.  Le haré pagar nuestra derrota a ese perro de Popocatepelt, ¡y en lo más hondo de su corazón!

Entonces todos se vistieron con atuendos aztecas robados al adversario y entraron en la jubilosa ciudad.




-La victoria es total -gritaban al lado de los soldados del rey.

Y en voz baja, simulando que lloraban, añadían que Popocatepelt había dado su vida para salvar el reino.

Muy pronto la noticia se difundió por toda la ciudad y llegó hasta Citlaltepelt.  Al principio la joven no quiso creer tan terrible rumor, pero se lo repitieron mil veces y terminó cayendo de rodillas, como fulminada.  Maldijo a Tezcatlipoca, a los dioses y al mundo entero.

-Como mi amor a muerto, me reuniré con él.




Se acostó sobre un lecho de satén, cerró los ojos y se sumió en un terrible decaimiento.  El rey, enloquecido, envió a la cabecera de su cama a los mejores médicos, pero todo fue en vano.

Citlaltepelt exhaló su último suspiro en el mismo instante que Popocatepelt, aclamado y triunfante, entraba en la ciudad.

Cuando conoció la noticia de la muerte de su prometida, palideció terriblemente y corrió hacia ella.

Ni el clamor de la muchedumbre que le festejaba, ni las palabras emocionadas del rey pudieron atenuar su inmenso dolor.

-¿Por qué Tezcatlipoca no me quitó la vida en el campo de batalla?  -gritó-.  ¿Para qué voy a vivir si he perdido a mi amor para siempre?




Se arrodilló ante el cuerpo sin vida de su amada y miró su bello rostro con los ojos cerrados.

-Dejadme -murmuró.

Todo el día permaneció así, inmóvil, con la mirada fija sobre su difunta novia.  Al final, cuando se desvanecieron las fiestas que celebraban la victoria y cayó la noche, encendió dos grandes antorchas, cogió en brazos el cuerpo de su prometida y salió de la ciudad.

No se les volvió a ver nunca más.

Popocatepelt había llevado a su amada hasta las últimas tinieblas.  O al menos eso es lo que los aztecas creyeron al principio.

Pero al día siguiente, cuando el lucero del alba empezó a brillar, dos nuevos volcanes dominaban la ciudad y escupían fuego y llamas hacia el cielo azul como si fueran antorchas gigantescas.  Y en la ladera de las dos montañas se unían las corrientes de lava.




Eran Popocatepelt y Citlatepelt.  Seguían amándose más allá de la muerte y sus dos almas arderían durante toda la eternidad con una llama viva y clara.

 








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