EL TIGRE JOVEN Y EL HOMBRE VIEJO #leyenda #lecturajuvenil #persa #cuentosinfantiles #cuentospopulares
Érase una vez un viejo y sabio tigre que habitaba en el bosque. Un día sintió que se acercaba la hora de su muerte y llamó a su joven y robusto hijo para hacerle unas preguntas.
-Hijo mío, ¿sabes cuál es el animal que tiene el rugido más potente?
-Claro que sí, padre -contestó con orgullo-. El rugido del tigre es el más potente y enérgico.
-Y ahora dime -prosiguió el viejo-, ¿sabes quién posee las garras más peligrosas?
-Sin duda son las garras del tigre, padre.
-Quiero que me contestes a una última pregunta y te ruego que lo pienses bien antes de responder, ¿Cuál crees que es el ser vivo más poderoso del mundo?
Tras emitir un sonoro e intenso rugido, contestó el joven tigre con orgullo:
-Padre, ¿Cómo es que no lo sabes? Es evidente que el animal más veloz, con las garras más afiladas y de más potente rugido será, en consecuencia, el más fuerte y poderoso de la tierra, y éste soy yo.
-Querido hijo, antes yo también pensaba lo mismo -confesó el anciano tigre con la voz entrecortada-, pero un día descubrí que no son los tigres los animales más poderosos del mundo, sino las personas.
El joven tigre agitó su cabeza en señal de protesta, pero el padre, al advertir un cierto grado de vanidad en ese gesto, le pidió que no se sintiera enfadado e intentó tranquilizarlo:
-No te preocupes, hijo. Escúchame bien. Son los últimos momentos de mi vida y como herencia quisiera dejarte algunos consejos.
Obedeciendo a su padre, el joven tigre levantó las orejas y se dispuso a atender sus sabias palabras.
-Hijo, debes temer al ser humano y obrar con cautela ante él. Cuídate de sus malas intenciones; si no es necesario no te enfrentes a él y no pienses en medir tus fuerzas con las personas porque son más poderosas que el tigre, no lo dudes.
Tras pronunciar estas palabras, el viejo tigre cerró los ojos y murió.
Triste y preocupado, el joven se sentó por un momento a meditar cómo podía ser ese humano que le había descrito su padre. Y pensó con cierto escepticismo: "No creo que su rugido pueda ser más temeroso que el mío, ni que sus garras sean las más afiladas. Ojalá pudiera conocerlo, aunque sólo fuera echarle un vistazo desde lejos. Debo encontrar sus huellas y saber dónde habita". Entonces dejó volar su imaginación: "¿Será fuerte y robusto como una montaña, rápido y ruidoso como el viento, o escurridizo como el agua...? Tengo que encontrarlo pronto".
Con todas sus dudas y preguntas danzando por su mente, salió en su busca.
El primer animal que halló en su camino era grande y de piel negra. Estaba comiendo hierba bajo la sombra de un árbol. Por precaución decidió permanecer a cierta distancia y le gritó:
-¿Eres tú un ser humano?
No le pareció que sus garras fueran muy peligrosas y, al ver cómo movía la cabeza lentamente y le miraba con desprecio, tampoco creyó en su habilidad.
-Soy un toro salvaje -contestó el negro animal con voz grave y pausada.
-¿Has visto alguna vez a una persona?
-Claro que conozco a las personas. Las he visto varias veces.
-Dime -se interesó el tigre-, ¿Cómo son? ¿Es verdad que su rugido es penetrante y sus garras pueden destruir cualquier cosa?
-¡Qué tonterías dices! -se burló el toro-. Los humanos no emiten ningún rugido y sus garras son tan débiles y pequeñas que no sirven ni para hacer un hoyo en la tierra.
-Pues seguro que lo he entendido mal -dijo el tigre dubitativo-. Entonces tendrán unas manos muy fuertes.
-¡Qué ignorante e inmaduro eres! Las manos de las personas son tan delicadas como el cuerpo de un pez. Sus cuerpos tampoco son grandes; si les soplas saldrán volando.
-No te creo, te equivocas -contestó algo ofendido-. Mi padre era más sabio que tú y tu descripción de los humanos no tiene nada que ver con lo que él me contó.
El joven tigre prosiguió el camino hacia el desierto. Allí tropezó con un animal muy alto, con las piernas y manos muy largas, cubierto de vello tostado y una curiosa joroba.
"Qué raro -pensó-, ¿por qué tiene la piel tan peluda si hace tanto calor? Debe ser algo friolero". Se dirigió hacia él y en tono amable le preguntó:
-¿Tú no serás un ser humano?
El animal soltó una carcajada y, agitando la cabeza de un lado a otro, respondió:
-Yo soy camello, y no me parezco en nada a los humanos. Los conozco bien porque hace mucho tiempo que trabajo para ellos día y noche.
-Pues si trabajas para ellos deben ser más grandes que tú, ¿no? -dijo el tigre extrañado.
-¡Qué va! Las personas son muy pequeñas. Para que puedan subir sobre mi joroba tengo que agacharme.
"¿Cómo es posible? -pensó el tigre-. Por las cosas que oigo creo que mi padre tal vez nunca conoció a los humanos... pero él no me podía engañar. No. Debo encontrar a un ser humano como sea, y averiguar cómo es ese ser extraño". Con este pensamiento, se despidió del camello y se marchó.
-¡Qué ser más ridículo! -musitó en voz baja-. Nunca había visto algo semejante. No tiene ni garras, ni la piel gruesa...; es tan desgraciado que ni siquiera pueda la piel gruesa...; es tan desgraciado que ni siquiera pueda cortar la leña con sus dientes.
De un saltó se acercó y lo estuvo observando durante un rato.
-Oye, tú -gritó-. Hasta hoy no había visto un ser tan extraño. ¿Cómo puede ser que los lobos y los osos no te hayan devorado? ¿Quizá eres la hormiga de la que tanto he oído hablar?
-No, no soy una hormiga -contestó algo asustado.
-¿Acaso eres un erizo? -insistió el tigre.
-No, señor, no soy un erizo. ¿No ves que mi cuerpo no está lleno de púas?
-¿Pues qué eres, un lagarto?
-No, pelmazo; ¿por qué preguntas tanto? Yo soy un ser humano.
El tigre se quedó de piedra y empezó a reírse:
-Jo, jo, jo... Tú, un ser humano. Si yo podría matarte con sólo tocarte. ¡Y mi padre te tenía tanto miedo!
-Sí, es verdad. Estaba a punto de morir cuando me habló, y tal vez deliraba -asintió el tigre algo extrañado.
-Ya lo creo. Porque si hubiera estado bien de salud no tendría que asustarse de los humanos. Con tu puño puedes mandarme al otro mundo en un instante.
-Pues eso es lo que voy a hacer. Por tu culpa hace días que no duermo, y ahora me las vas a pagar. Empieza a pensar en tu último deseo porque no puedo contenerme.
-La verdad es que no me importaría dejar de vivir. A mi edad, si no me muero hoy será muy pronto, y antes de convertirme en carnaza de otros animales salvajes prefiero que me coma un tigre como tú. Pero antes, y como no tengo a quién dejar mis propiedades, déjame que te muestre lo que tengo para que puedas aprovecharlo.
-Está bien -aceptó el tigre-, pero date prisa, que tengo mucha hambre.
Los dos se dirigieron hacia la choza del leñador y al llegar allá el anciano dijo:
-Señor tigre, esto es todo lo que poseo.
El tigre miró el interior de la choza y le preguntó:
-¿Para qué sirve esto, para qué lo has construido?
-No sabes lo cómodo que es vivir aquí. Gracias a ella ni la nieve, ni la lluvia, ni el sol, ni el viento interrumpen mis sueños.
-¡Hum! Me gusta. Después de comerte me echaré un rato y descansaré.
-Hay un problema -señaló el viejo con picardía-, y es que no sabes cómo abrir y cerrar la puerta.
-Pues enséñame. Venga -insistió el joven tigre con prisas.
-Voy. Pero no debes enfadarte ni impacientarte -le aconsejó el anciano-. Verás. Yo entro en la cabaña y cierro la puerta. Ahora prueba a ver si puedes abrirla -le gritó al tigre, que se había quedado en la parte exterior.
El robusto tigre empujó con sus patas una y otra vez, pero la puerta no se abría. El leñador desde dentro le dijo:
-Ves que lugar más seguro, aquí no tengo miedo ni siquiera de ti.
-Tal vez no pienses salir más -le dijo el tigre algo enfadado.
-Te equivocas, pequeño, yo siempre cumplo mi palabra. Ahora salgo.
Y abrió la puerta demostrándole al tigre que podía confiar en él. "¡Qué estúpidos llegar a ser los humanos! -pensó-. Pudiendo estar a salvo de mis garras, está dispuesto a salir para que lo devore". El leñador invitó de nuevo al tigre a que echara un vistazo a su choza y, sin pensarlo, saltó hacia adentro.
No podía imaginar que aquel insignificante ser humano fuera capaz de tenderle una trampa; pero ser equivocó. En cuanto su rabo cruzó el umbral, el leñador cerró la puerta con fuerza y le colocó un candado muy seguro para que no pudiera escapar. Tomó su hacha y, tranquilamente, continúo con su trabajo.
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