LA BESTIA DE LAS SIETE CABEZAS #cuentosinfantiles #cuentospopulares #inglaterra #lecturajuvenil
Hace mucho, mucho tiempo, en Inglaterra, vivía un joven sin oficio ni beneficio, que tenía desesperado a su padre.
Harry, el heredero del señor de Lampton, no amaba a su familia, no creía en Dios, no daba ni golpe y lanzaba siempre terribles juramentos que no nos atrevemos a repetir. En resumen, era un muchacho no muy virtuoso.
Un domingo, mientras todo el mundo estaba en misa, el joven se puso a pescar en el río Wax. Pero por mucho que lanzó y volvió a lanzar su caña, ¡no mordía ninguno! Todo lo que Lampton hijo atrapó fue un gran gusano bastante repugnante.
-¡Puar! -exclamó.
Con muchos juramentos, arrancó esa cosa de su caña, la arrojó a una fuente cercana y no volvió a pensar más en ella.
Esta fuente se llama todavía hoy la fuente del Gusano.
Unos días más tarde, Harry Lampton partió para las Cruzadas...
Sin embargo, en la fuente, el gusano crecía a toda velocidad. Salió de su refugio, subió hasta el río y se instaló al pie de la colina, en la orilla. Pero muy pronto se hizo tan grande y tan gordo que se enrolló alrededor de la colina para dormir. Desde entonces, a esta colina se la llama la colina del Gusano.
Al princípio, el animal se contentó con devorar pequeños animales salvajes y hacer estragos en las cosechas... Después gran cantidad de perros, vacas y corderos acabaron en su gigantesco estómago.
Los campesinos de los alrededores, muy preocupados, recogieron sus cosas y abandonaron sus granjas.
Entonces, el enorme gusano se fijó en los dominios de Lampton, al otro lado del río Wax. Allí, la hierba era abundante y los animales bien gordos.
El gusano subió lentamente hasta el castillo, dejando en la tierra un rastro repugnante.
El pánico se apoderó del castillo. El viejo señor de Lampton no sabía muy bien qué hacer y todo el mundo se lamentaba:
-¡Si por lo menos el señorito estuviera aquí, combatiría a ese monstruo! -suspiraban los más infelices.
-¡Buah! Ese granuja se encerraría en su torre para beber y se burlaría de nuestras desgracias! -decían los más descontentos.
-¡Venga, las Cruzadas le habrán hecho sentar la cabeza! -manifestaban los más benévolos.
Pero por mucho que dijeran, el joven Lampton no estaba allí y el gusano se acercaba.
-¡Parece que le gusta la leche! -dijo el intendente del castillo-. ¡Llenemos el abrevadero de leche y se marchará sin hacer estragos!
Dicho y hecho. El gusano se retorció en el abrevadero, aspiró la bebida en un momento, y se retiró plegando y desplegando sus innumerables anillos hasta el río.
En el castillo respiraron aliviados. Pero al día siguiente hubo que volver a empezar, luego al otro día... Y cada vez, todas la vacas de los dominios de Lampton agotaban su leche para el gusano.
Las gentes del lugar protestaron:
-¡Toda nuestra leche para un gusano de tierra! ¡Es una vergüenza!
Armaron tanto jaleo, que al cuarto día el señor de Lampton se negó a llenar el abrevadero.
Entonces el gusano se enfureció y azotó con su enorme cola la hacienda de Lampton, arrancando de golpe decenas de árboles centenarios que eran el orgullo del señor.
Al día siguiente, de nuevo, el gusano tuvo su cubeta de leche fresca.
Así transcurrieron siete largos años. El gusano aterrorizaba a los habitantes, devastaba las cosechas, se bebía toda la leche y no se moría. De todas partes llegaron valientes caballeros para enfrentarse al famoso monstruo, pero por mucho que lo cortaban en mil pedazos con su espada, el gusano se volvía a pegar inmediatamente y ahogaba a los insolentes con sus anillos...
Al cabo de siete años, el joven Lampton volvió de las Cruzadas, un poco menos joven, un poco menos bruto y bastante más razonable que antes.
Se disgustó mucho al ver su país desolado, el triste rostro de la gente y a su padre a punto de morir...
-Y bien, ¿qué pasa? -exclamó-. ¡Me doy la vuelta, hago frente a mil peligros, regreso sano y salvo, y vosotros, que no habéis arriesgado nada durante todo este tiempo, dejáis que todo esto se arruine! ¡Canastos! ¡Y todo por un gusano de tierra! ¡Ahora mismo le ajusto las cuentas!
Nadie se molestó en decirle al joven que el gusano ya le había "ajustado las cuentas" a gran cantidad de caballeros...
-¡Ah, ahí estás! ¡Maldito granuja! -chilló tirándole de la oreja-. ¡Cómo te atreves a mirar a toda esa gente a quien has causado la desgracia!
-¡Eh, despacio, arpía! -protestó el heredero Lampton-. ¡Yo no tengo nada que ver con esto! ¡Estaba en la guerra!
-¡Si! Pero si antes de marcharte hubieras ido a misa como todo el mundo, en lugar de echar ese gusano en la fuente, ¡ahora no estaríamos así!
-Si dices la verdad, ¡lo siento muchísimo! -dijo Lampton-. Pero han pasado los años desde esas idioteces de la juventud y ahora quiero que cesen nuestras desgracias: ¡ayúdame!
-Bueno, bueno -refunfuñó la bruja-. Coge tu mejor armadura y llénala de afiladas puntas. Cuando estés listo para enfrentarte al gusano, espéralo en una roca en medio del río. Después, muchacho, coge tu espada, reza y ¡evita los juramentos! Cuando hayas acabado con el gusano, tendrás que matar al primer ser vivo que salga a tu encuentro. Si no, durante nueve generaciones los señores de Lampton morirán de muerte violenta.
El joven Lampton dio las gracias a la señora Chichester y preparó todo según sus instrucciones.
Vestido con una armadura llena de puntas, esperó en el río a que el gusano fuera a buscar su leche. Poco después, el monstruo desenrolló sus anillos y reptó hacia la fortificación. Pero al pasar delante de la roca, recibió un terrible golpe en la cabeza. Furioso, el gusano quiso ahogar al joven con su cola.
Pero la señora Chichester había sido muy astuta: ¡cuanto más apretaba el gusano, más se hundían las puntas en su miserable carne! Gritó de dolor y soltó al caballero. Entonces Harry Lampton cogió su espada y cortó con todas sus fuerzas el largo cuerpo del gusano.
Una vez más comprobó que la señora Chichester tenía razón: como estaban en el medio del río, la corriente se llevó uno por uno todos los trozos del animal, impidiendo de esta manera que se volvieran a pegar como habría hecho fácilmente en tierra firme.
Muy pronto el gusano quedó hecho trocitos y se murió.
De pie sobre su roca, vacilante, agotado pero victorioso, Harry Lampton reprimió por los pelos un juramento de alegría y en su lugar rezó una pequeña oración de gracias.
Después de marchó feliz hacia el castillo.
Antes ya había prevenido a toda la gente de la hacienda para que se quedaran encerrados durante el combate:
-Tocaré la corneta para anunciar mi victoria. Después tocaré dos veces; entonces soltad un perro para que acuda a mi encuentro... ¡Y que nadie salga del castillo!
Al primer toque de corneta, el anciano señor sintió tal alegría que se olvidó de las órdenes de su hijo. Y el joven Lampton, horrorizado, vio cómo su padre corría hacia él, con los brazos abiertos. Rápidamente tocó dos veces la corneta y soltaron al perro... Pero era demasiado tarde, ¡el anciano llegó antes!
Harry Lamton miró su espada, aún roja de la sangre del gusano. "¿Quién va a saber que mi padre llegó el primero?", pensó.
Y hundió su espada en el pecho del perro.
De esta forma, la paz y la prosperidad reinaron de nuevo en la hacienda de Lampton.
Pero un maleficio es un maleficio, y Harry Lampton, al igual que los ocho señores que vinieron después de él, murió fuera de su cama...
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