LA JOROBA DEL DROMEDARIO #rudyardKipling #cuentosinfantiles #cuentospopulares
Alla en los tiempos más remotos, cuando todo lo que contenía el mundo era nuevecito aún, y los animales empezaban a prestar servicio a las personas, vivía un Dromedario en medio del desierto, donde lanza el viento sus lúgrubes aullidos; y también el Dromedario solía aullar de cuando en cuando. Comía ramitas, espinas y cardos, pues era un redomado holgazán. Y cuando alguien le dirigía la palabra, se limitaba a decir:"¡joroba"!. Y en este "¡joroba!" se quedaba.
He aquí que cierto lunes por la mañana salió a su encuentro el Caballo, con la silla en el torso y el freno en la boca, y le dijo:
-Dromedario, buen Dromedario: anda y sal a trotar como todos nosotros.
-¡Joroba! -contestó el Dromedario; y el Caballo fue a contárselo a los humanos.
Luego llegó el Perro, llevando una rama en la boca, y le dijo:
-Dromedario, buen Dromedario: anda y acarrea lo que te digan como todos nosotros.
-¡Joroba! -contestó el Dromedario; y el Perro fue a contárselo a los humanos.
Más tarde se acercó a él el Buey, con el yugo en el cuello, y le dijo:
-Dromedario, buen Dromedario: anda y ara como todos nosotros.
-¡Joroba! -contestó el Dromedario; y el Buey fue a contárselo a los humanos.
Al atardecer, una persona llamó al Caballo, al Perro y al Buey, y les dijo:
-Sois buenos los tres y me da pena veros tan atareados con el trajín que nos da este mundo nuevecito; pero aquel animalucho del desierto que sólo sabe decir "¡Joroba!", no puede trabajar; de lo contrario, estaría aquí a estas horas, prestándome servicio. Lo dejaré en paz, y vosotros trabajaréis el doble para suplir su faena.
Los tres se enfadaron mucho, pues, con la novedad del mundo, el trabajo era de veras pesado, y celebraron una reunión o asamblea en el desierto. Y se acercó a ellos el Dromedario mascando hojas, mas holgazán que nunca, y se echo a reír ante sus propias barbas. Luego dijo:"¡joroba!", y se marchó tranquilamente.
Y he aquí que se presentó entonces el Genio que tenía a su cargo todos los desiertos, cabalgando en una nube de arena (los Genios suelen viajar así, por ser éste un procedimiento mágico), y se detuvo a charlar con los tres.
-Genio de los desiertos -dijo el Caballo-, ¿te parece justo que haya alguien entregado a la pereza, con el trajín que nos da el mundo recién creado?
-¡Claro que no! -contestó el Genio.
-Pues bien -prosiguió el Caballo-, en medio del desierto, donde el viento aúlla, hay un animalucho con las patas y el cuello muy largos, que también aúlla de un modo rarísimo, y desde el lunes por la mañana no ha querido encargarse de la menor faena. No hay quien le haga trotar.
-¡Jujuy! -dijo el Genio, con un silbido-. ¡Apostaría todo el oro de Arabia a que se trata del Dromedario! ¿Qué suele decir?
-Pues dice: "¡joroba!", y no hay quien le ate el arado -añadió el Buey.
-Bueno -respondió el Genio-. Esperad un momento y veréis cómo le jorobo.
El Genio se acurrucó en su capa de arena, se orientó a través del desierto y, al fin, dio con el Dromedario, el cual, redomado holgazán, como siempre, contemplaba su propia imagen reflejada en una charca.
Por tu culpa, tus tres compañeros han tenido que trabajar el doble desde el lunes por la mañana -dijo el Genio. Y siguió imaginando encantamientos, apoyado el mentón en la mano.
-¡Joroba! -comentó el Dromedario.
-Si yo estuviera en tu lugar no repetiría esa palabreja -le advirtió el Genio-; la sueltas con demasiada facilidad. Bueno, don tramposo, hay que trabajar.
Y el Dromedario dijo de nuevo "¡joroba!", pero, apenas hubo soltado su exclamación habitual, vio que su lomo, del cual se sentía tan orgulloso, iba creciendo, creciendo, hasta formar una grotesca y enorme ¡joroba!
-¿Ves? -dijo el Genio-. Esa joroba te la has ganado por no querer trabajar. Hoy ya es jueves, y no has hecho la menor faena desde el lunes. Pero hoy vas a empezar, mal que te pese.
-¿Y cómo voy a trabajar -dijo el Dromedario-, con esta protuberancia en el lomo?
-Pues te ha salido precisamente por eso, a causa de los tres días que has pasado haciendo el remolón .dijo el Genio-. Desde hoy podrás trabajar tres días seguidos sin comer, porque la joroba te dará alimento; y cuidado con decir que no te he prestado ningún servicio. Anda, sal del desierto y ve al encuentro de tus tres compañeros. ¡Arriba ese cuello!
Y el Dromedario levantó la cabeza y se puso en marcha, arrastrando su corcova, en busca de sus tres camaradas. Y desde aquel día no ha dejado el Dromedario su joroba (a la cual, sin embargo, sólo aludimos con palabras suaves, para no herir su sensibilidad); pero no ha logrado aún recuperar los tres días que perdiera al principio del mundo, ni aprender a comportarse como es debido.
RUDYARD KIPLING
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