LAS ISLAS SEPULTADAS #leyenda #lecturajuvenil #gales
Hace cientos de años, todas las islas británicas estaban pobladas por pequeños duendes. Ahora, después de numerosas invasiones, los duendes se han retirado a lugares más solitarios. Se han instalado en el país de Gales, Escocia y Cornualles. Son discretos y viven en comunidad sin mezclarse con el resto de la población. Sin embargo, algunos celtas que tienen poderes sobrenaturales pueden verlos a veces. Los duendes van vestidos de verde, excepto su sombrero, que es rojo. No conviene ofenderlos o contrariarlos, pues gozan de poderes mágicos que podrían volver contra vosotros. La mayoría de la gente piensa que es más acertado mantenerse lejos del mundo de los duendecillos.
Sin embargo, hubo un galés que sacó buen provecho de su relación con los duendes. Su nombre era Griffith y vivía en un puerto llamado Milford Haven.
Hace ya mucho tiempo, Milford Haven era una ciudad conocida por su mercado.
La gente acudía desde muy lejos para vender allí sus productos. También los duendes iban a ese mercado. Nunca hablaban, pero si querían comprar un artículo depositaban el dinero al lado del objeto que deseaban. Si el vendedor consideraba que el precio era razonable, cogía el dinero, y el duendo se marchaba con su mercancía. Si la cantidad de dinero no era suficiente, el vendedor no tocaba el dinero y el duende sabía que tenía que añadir más monedas. O bien recogía su dinero y se iba sin comprar nada.
Los duendes que acudía a Milford Haven eran honestos. Nunca robaban, y los comerciantes del lugar estaban muy contentos de hacer negocios con ellos.
No todo el mundo podía reconocer a los duendes. La mayoría de los comerciantes veían que el dinero se encontraba en sus mostradores, y luego desaparecía lo que habían comprado.
Sin embargo, Griffith, el comerciante de trigo, tenía poderes. Generalmente veía a los duendes, al igual que un carnicero que vivía en el centro de la ciudad. Griggith y el carnicero vendían bastante trigo y carne a los duendes.
-Deben de ser muchos para necesitar tantas provisiones -le dijo un día Griffith a su amigo el carnicero.
-Si, me imagino que sí. Y me pregunto dónde vivirán. Seguro que no es en los valles, pues a menudo voy a pasear por allí con mi perro y no los he visto nunca. O son demasiado perezosos para cultivar su trigo y criar a sus animales, o habitan en un lugar en el que no hay suficiente espacio para la cría y la agricultura.
La verdad es que todo el mundo se preguntaba dónde residían los duendes, pero nadie lo sabía.
Una mañana, Griggith estaba paseando por el cementerio de San David, que dominaba el pueblo y la playa, cuando miró por causalidad hacia el mar.
Para sorpresa suya, descubrió unas islas donde antes no había más que agua. Griffith supo que aquellas eran las islas Verdes del océano, unas islas sepultadas hacía años.
-Si las islas quieren mostrarse, habrá que aprovechar. Me voy a acercar a examinarlas -se dijo Griffith.
Bajó hacia el pueblo, pero cuando llegó a la playa, las islas habían desaparecido. Regresó al cementerio, y de nuevo vio las islas. Griffith entendió lo que pasaba:
-Sólo se pueden apreciar las islas cuando se está en tierra sagrada -murmuró-. Ya sé lo que voy a hacer.
Un hombre más simple se habría quedado en el cementerio y habría admirado las islas desde allí, pero Griffith era muy atrevido. Cortó el trozo de tierra sobre el que se encontraba, y lo transportó a su barco. Una vez allí, se subió al trozo de tierra y se puso a remar hacia las islas sin apartar la vista de ellas.
Las reconoció claramente, brillando bajo el sol. De pie sobre la tierra, Griffith puso rumbo a las islas y desembarcó en la más grande. Allí observó a los duendes que acudían a comprarle trigo, quienes le acogieron con sorpresa y se rieron de buena gana al saber cómo se las había ingeniado Griffith para ir a verlos. Luego le mostraron sus islas pequeñas, que eran todas muy hermosas.
-Muchas islas han sido cubiertas por las olas -le explicaron-. Sin embargo, algunas se han hecho invisibles por arte de magia, y en esas es donde vivimos, protegidos de los humanos, que para nosotros son gigantes que lo pisotean todo.
Griffith regresó a Milford Haven cargado de regalos y continuó comerciando con los duendes durante muchos años. Este negocio le hizo muy rico. Sin embargo, los duendes quisieron que Griggith les dejara el trozo de tierra sobre el que había navegado hasta ellos, así que aunque este último fuera a menudo al cementerio de San David, nunca más pudo volver a ver las islas.
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