LOS GIGANTES DE LA TIERRA #america #leyenda #lecturajuvenil #gigante
El poderoso viento, Huracán, sopla sobre el Universo. Y así fue cómo creó la Tierra. Inventó a los dioses. Hizo los animales. Y al final, creó a las personas. Pero éstas se volvieron irrespetuosas e insolentes con los dioses. Entonces estos últimos decidieron suprimirlas. Enviaron torrentes de lluvia que barrieron la Tierra e incitaron a los animales a que se revolvieran contra ellas y las atormentaran. Cuando las personas intentaron refugiarse en los tejados, destruyeron sus casas. Cuando trataron de subir a la cima de los árboles, los abatieron. Las personas no lograron encontrar asilo ni siquiera en las grutas de las montañas, que se cerraban ante ellas. Así fue cómo todas las personas perecieron y no quedaron en la Tierra más que sus primos, los monos.
La Tierra se vio afectada por este cataclismo durante muchos años. Pero, de nuevo, los dioses enviaron sobre ella a un pequeño grupo de humanos para que domara la naturaleza. Antes de que el mundo se reconstruyera por completo, se preparó un lugar agradable. Dos gigantes fueron a habitar a las montañas de México. Sus nombres eran Zipacna y Cabrakán. Cada día, Zipacna levantaba las montañas y, cada día, Cabrakán las destruía con un terremoto. Los dos hermanos eran orgullosos y jactanciosos. Por eso a los dioses no les gustaban nada... Así que pusieron sobre la Tierra a los gemelos celestes, HunÁpu y Xbalanque, para que humillaran a los gigantes destructores.
Al principio, Hun-Apu y Xbalanque conspiraron con una tribu de humanos con la esperanza de domar al gigante Zipacna. Entonces un grupo de cuatrocientos jóvenes robustos se emboscó en un lugar del bosque por el que siempre pasaba Zipacna cuando iba a las montañas. Los jóvenes derribaron un árbol inmenso esperaron el paso del gigante.
-¿Por qué habéis cortado este árbol? -les preguntó con su vozarrón en cuanto los vio.
-Queremos utilizarlo como armazón de una casa que nos vamos a construir, su ilustrísima -respondieron los hombres con respeto, pues temían al gigante.
-¿Y no podéis levantarlo, miserables criaturitas? -gruñó Zipacna.
-No, su ilustrísima, no somos tan fuertes como vos... -contestaron los jóvenes inclinándose ante él.
Halagado por poder demostrar su fortaleza, el gigante levantó el árbol y se lo puso sobre el hombro.
-Mostradme el lugar en el que deseáis levantar esa casa -dijo a los jóvenes-, y llevaré allí este árbol.
Atravesó el bosque delante de la tribu y finalmente llegaron al lugar donde los humanos habían cavado un profundo foso. Una vez allí, le explicaron a Zipacna que ese agujero estaba destinado a los cimientos de su morada y lo convencieron para que bajara.
Cuando la inmensa criatura estuvo dentro, arrojaron sobre ella tres troncos y varias rocas para destruirla. Pero, al oír cómo se precipitaba sobre él todo aquello, Zipacna se refugió en un túnel lateral que los hombres pensaban utilizar más tarde como sótano de su casa. Al comprobar que ya no se movía nada bajo el montón de troncos y piedras, los jóvenes pensaron que habían logrado aniquilar al gigante. Entonces empezaron a cantar y a bailar para festejar su victoria.
Con el fin de hacerles creer que estaba bien muerto, Zipacna se arrancó algunos cabellos y se los entregó a las hormigas para que los llevaran a la superficie.
-Decidles que los habéis cogido de mi cadáver... -les ordenó el gigante.
Y las hormigas obedecieron.
Convencidos de que el monstruo había perecido, los humanos construyeron una inmensa casa sobre los cimientos que habían excavado. Llevaron alimentos y bebidas al edificio y prepararon una gran fiesta. Durante mucho tiempo resonaron en la casa sus cantos y sus risas.
Zipacna permaneció echado en el sótano a lo largo de varias horas, recuperando las fuerzas y meditando su revancha.
De repente, se incorporó y lanzó por los aires la casa y sus habitantes. El edificio resultó destruido y los jóvenes fueron enviados tan alto, que no volvieron a bajar jamás y se quedaron prendidos de las estrellas.
Los gemelos celestes, Hun-Apu y Xbalanque, se entristecieron tanto por la derrota de la tribu de los humanos, que acordaron dar su merecido al gigante ellos mismos. Durante varios días estuvieron observando a su futura víctima y se dieron cuenta de que se volvía loco con los cangrejos de río. Entonces pescaron algunos en un río que corría al pie de una montaña. Con todos ellos, los gemelos celestes modelaron un cangrejo enorme y lo suficientemente apetecible como para tentar a un gigante. Lo pusieron en el río que corría al pie de la montaña, lo vaciaron un poco y esperaron...
Más tarde, Zipacna fue a pasear justo a la orilla.
-¿Qué buscas? -preguntó Hun-Apu.
-¡Métete en tus asuntos! -gruñó Zipacna-. Estoy buscando cargrejos y peces para mi comida.
-Entonces mira hacia allá... -le aconsejó Xbalanque señalando hacia las profundidades del río.- Hace poco tiempo vi un cangrejo tan grande que saciaría a un gigante como tú.
Agradecido, Zipacna se metió en el agua y en ese mismo instante, Hun-Apu y Xbalanque hicieron que se cerrara sobre él la montaña, hueca como una concha. Zipacna era tan fuerte que, a pesar de las toneladas de tierra amontonadas sobre él, varias veces estuvo a punto de liberarse. Los gemelos celestes vieron cómo la tierra se calentaba y temblaba. Después usaron sus poderes mágicos para transformar a Zipacna en piedra.
Por eso, desde entonces, al pie del monte Meachuán, cerca de Vera Paz, hay una enorme roca.
Pero los gemelos no habían terminado aún su trabajo... Cabrakán, el hermano de Zipacna, seguía recorriendo la Tierra, gritando, gruñendo y haciendo chocar las montañas aterrorizando a todos los que vivían por los alrededores. Hun-Apu y Xbalanque partieron a su encuentro.
-¡Hola! -le dijeron, sonriendo-. ¿Quién eres y qué haces?
-Soy el poderoso gigante Cabrakán -respondió la enorme criatura-, y soy capaz de arrancar y destruir cualquier montaña. Dejadme que os lo enseñe...
-¡Encantados! -replicaron los gemelos celestes-, pero seguramente tendrás que descansar para reponer fuerzas después de semejante hazaña. ¿Podemos ayudarte cazando unos pájaros con nuestras cerbatanas y asándolos para tu cena?
-Si queréis... -aceptó el gigante, viendo cómo los dioses se ponían manos a la obra.
Le habría gustado apropiarse de la caza y devorarla cruda, pero los gemelos insistieron en cubrirla de barro y asarla en el fuego.
-Es mucho más sabrosa cuando se cocina así -afirmaron metiendo veneno en el barro, que a su vez pasó a los pájaros.
Cuando el asado estuvo a punto, desprendía un olor delicioso. Los gemelos le ofrecieron los manjares a Cabrakán, que los devoró de un solo bocado.
-Ahora, voy a enseñaros cómo se derriba una montaña -dijo orgulloso.
Pero en cuanto se puso de pie, el veneno se extendió por sus venas. El gigante se llevó la mano a los ojos.
-No veo muy bien hoy -refunfuñó.
Dio un paso en dirección a las montañas y cayó de rodillas.
-¿Dónde se ha ido mi fuerza? -preguntó.
Después sintió mucho frío y empezó a temblar antes de morir.
Así perecieron los últimos gigantes de la Tierra antes de que Hun-Apu y Xbalanque, los gemelos celestes, volvieran a vivir con los dioses.
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