EL DIENTE DE LEÓN #america #leyendas #lecturajuvenil #viento #sueño
Había una vez, en el Gran Norte, unos niños que se preguntaban por qué el viento del sur, que trae el calor y los días buenos, no lograba ahuyentar al viento del norte, que siempre asomaba la nariz al comienzo del otoño.
-¡Sería estupendo que el verano durara todo el año!
-¡Oh, sí! ¡Podríamos dormir al aire libre y coger arándanos para desayunar!
Entonces los ancianos les explicaban por qué Chawondasee, el viento del sur, se dejaba arrinconar por el viento del norte, Kabibonocca.
-Como sabéis, Chawondasee es un gran holgazán. Pasa el tiempo soñando y fumando y apenas deja la cama. Quizá consigue apartar sus tristezas, pero desde luego no tiene fuerzas para alejar a Kabibonocca cuando aterriza, lleno de energía.
-¿Y por qué el viento del sur está tan triste? -preguntaban los niños, intrigados.
-¡Ah! ¿no lo sabéis? Venid, voy a contaros su historia -dijo un anciano.
Los chavales se sentaron en círculo alrededor del anciano y, embelesados, se empaparon con sus palabras.
-Como sabéis, queridos niños, con Chawondasee llega el verano, con sus flores, pájaros y mariposas.
Hace mucho tiempo, cuando Chawondasee era joven, vio en nuestra pradera a una encantadora damisela. El sol brillaba, una brisa tibia acariciaba las briznas de hierba, el cielo era azul celeste. Todo invitaba a soñar. Así que, cuando descubrió a la muchacha rubia, tan esbelta, sola en el prado, se enamoró inmediatamente de ella.
No dejó de mirarla y de contemplarla durante todo el día, pero era demasiado perezoso para ir a verla más de cerca. Se contentaba con admirarla, sin cansarse.
La observó fijamente hasta que le dolieron los ojos.
Entonces, para descansar, se giraba de lado y se dormía. En sueños volvía a su contemplación, feliz por el espectáculo que se le presentaba, la hermosa muchacha de cabellos de oro, la reina de su pradera. A veces le entraban ganas de acercarse a su princesa y hablar con ella, pero siempre le vencía la pereza y se volvía a acostar. Y así, poco a poco, iban pasando los días en que Chawondasee nunca se decidiera a conversar con la bella joven.
Una mañana, al despertar, ¡cuál no sería su sorpresa cuando descubrió que los rubios cabellos de su amada se habían vuelto grises! Completamente grises, sí. Ahora era una hermosa figura de cabellos de plata. De hecho se diría que estaban cubiertos de una escarcha blanca. Rápidamente comprendió lo que había pasado y lamentó su holgazanería. Naturalmente, había sido Kabibonocca, el viento del norte, rápido, enérgico, glacial, quien había seducido a la bella dama y la retenía en una trampa de escarcha.
Desesperado, Chawondasee rompió a llorar, se lamentó, se avergonzó, pero era demasiado tarde. Siguió derramando lágrimas y suspirando. Entonces un viento helado barrió la pradera. Aparecieron unas grandes nubes y empezó a caer una fina nieve. No se volvió a ver nunca más a la joven.
-Ah ¿no? Pero, ¿cómo hizo para desaparecer? -preguntaban extrañados los niños.
-¿Y dónde se fue?
-Esperad, voy a explicaros todo -prosiguió el anciano-. Pues bien, Chawondasee no se había enamorado de una auténtica joven. Se había quedado prendado de una flor, un diente de león de pétalos amarillos como el oro. Y como Chawondasee era tan miope como perezoso, no se había dado cuenta. Como saéis, hijos mios, cuando el diente de león pierde su vestido dorado, sustituye sus pétalos por un ligero terciopelo de color gris blancuzco, que vuela al menor soplo.
Así que cuando el viento del sur se puso a suspirar creyendo que el viento del norte había seducido a su amada, dispersó los delicados copos plateados. Y luego, naturalmente, no pudo ver a la joven dama. ¡Pero no tenía que enfadarse con nadie sino con él mismo!
Era tan perezoso, que no intentó comprender la clave de la historia. Prefirió echarse a dormir. Todos los ancianos saben que cuando una triste brisa sopla sobre la pradera, al final del verano, es Chawondasee quien suspira, melancólico, echando de menos a su amada, ¡que no era más que un sueño!
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