EL PEÑASCO DE LORELEI #leyendas #lecturajuvenil #rin #ninfa
Hace mucho, mucho tiempo, una bella y cruel ninfa vivía en lo alto de una roca, en un meandro del Rin. Las gentes del país decían que traía la desgracia, y evitaban a toda costa encontrarse en esos parajes a la caída del día...
Cada noche, durante el crepúsculo, aparecía Lorelei y, sentada sobre su roca, se ponía a cantar. A menudo no había allí nadie para verla ni escucharla, pues sabían que ningún hombre podía resistirse al encanto de su belleza y el hechizo de su voz.
Si un marinero era tan loco como para navegar por el Rin a esa hora, era seguro que el desdichado quedaría embrujado por Lorelei. Entonces, en lugar de continuar su camino, dirigiría su embarcación derecho hacia la roca... y un instante después, el hombre y su barco, aplastados contra los arrecifes, serían arrastrados por las olas...
Un buen día, el hijo del conde palatino, Ronald, juró que vencería el encanto de Lorelei:
-¡Subiré a la roca, cogeré a la ninfa y me casaré con ella! -fanfarroneaba.
Esa misma tarde, un pescador, aterrorizado pero muy bien pagado, condujo a Ronald en su barca hasta la famosa roca.
Al caer el crepúsculo vieron la silueta de la ninfa sacudiendo su cabellera en la alto... y el joven oyó la maravillosa voz, que reía y cantaba.
-¡Más rápido! ¡Rema, qué diablos! -le gritó al pescador-. ¡Va a desaparecer antes de que yo llegue!
Pero el buen hombre no quería poner su vida en peligro y avanzaba con prudencia.
-¡Mas deprisa, borrico, date prisa, venga! -gritó Ronald.
Y como el pescador no le hacía caso, se tiró al agua y nadó furiosamente hasta la orilla.
Pero ¡ay! los torbellinos de la corriente lo arrojaron contra la roca con un estrépito de olas terribles, y el río lo arrastró como a tantos otros antes que a él.
Cuando conoció la suerte de su hijo, el conde palatino, con el corazón destrozado, ordenó que mataran a Loreley:
-¡Ya han muerto bastantes personas por esa diablesa! -exclamó.
Aquella misma noche, cuatro valientes y aguerridos soldados, muy hábiles escaladores, alcanzaron las proximidades de la roca.
Cuando al caer la noche apareció la ninfa, ya estaban casi en la cima, muy cerca de su objetivo...
-¡Te arrojaremos al mar, bruja! -gritaron para impresionarla-. ¡Éste será el fin de tus fechorías!
Por un momento Lorelei pareció asustada, pero luego se oyó su risa:
-¡Pobres inocentes! ¡El Rin es mi padre, no dejará que me hagáis daño! ¡Me protegerá!
Tras estas palabras, cogió las perlas que adornaban su cabello y arrancó las piedras preciosas de su collar. Después, inclinándose hacia el río, arrojó estas joyas al agua turbulente.
-¡Padre, padre! -llamó-. ¡Sálvame! ¡Aguas del Rin, llevadle estas piedras a mi padre, decidle que estoy en peligro! ¡Que envíe sus caballos de espuma para librarme de mis enemigos.!
Entonces, las aguas del Rin rugieron y gruñeron. Se levantaron formando dos inmensos caballos blancos y barrieron la cima de la roca, llevándose con ellos a Lorelei...
Nunca más se volvió a oír su voz.
Los cuatro soldados comunicaron al conde palatino que la ninfa se había marchado, y todas las gentes del país se alegraron.
Sólo el conde, en su palacio, siguió llorando a su hijo, perdido por siempre jamás...
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