LA PÉRFIDA LUNA #leyendas #africa #engaño #sorpresa #sol #luna #lecturajuvenil
En aquellos tiempos, el sol y la luna estaban unidos como los cinco dedos de la mano. Mi querido sol por aquí, mi querida luna por allá. No desaprovechaban una ocasión para correr mundo juntos, por los cuatro rincones del cielo.
Ambos tenían un montón de niños y, muy a menudo, las nubes se veían sacudidas por sus gritos y risas. El sol y la luna los miraban correr sobre el arco iris, atrapar una a una las gotas de lluvia, jugar al escondite...
Aquellos eran buenos tiempos. Pero no duraron mucho. Un día, no se sabe por qué, quizá por culpa de un cielo plomizo o una noche demasiado oscura, la luna empezó a tener envidia del sol.
Pensaba que era injusto estar hecha sólo de plata mientras que el otro, esa gran sandía amarilla, era todo de oro. Además, el sol resplandecía en medio del radiante día y calentaba a las flores, a los árboles y a las personas. Lo adoraban miles de mariposas engalanadas y pasaba el tiempo bañándose en el cielo.
La luna dio una patada, y el cielo tembló.
-Yo -prosiguió-, yo soy una bola descolorida que apenas consigue iluminar a los viajeros perdidos, a quien puede tragar la nube más pequeña, y mis mariposas muestran los colores del invierno.
Entonces decidió que lo arreglaría a su manera. Un día que sus hijos habían sido especialmente insoportables, la luna fue a ver al sol.
-¿Y si arrojáramos al agua a todos estos pilluelos que nos impiden dormir? -refunfuñó.
El sol se quedó sorprendido. Era verdad, los niños también le molestaban a él algunas veces, pero de ahí a ahogarlos... Sin embargo, la luna era su amiga y el sol no quería disgustarla por nada del mundo. Así que le dijo, moviendo la cabeza:
-Eres severa, querida luna, pero haremos como tú dices.
La luna estaba encantada.
-Sólo tenemos que encerrarlos en un saco y ya verán. Un saco para los tuyos y otro para los míos.
En aquel tiempo, como veis, era muy sencillo ahogar a los niños.
El sol se sintió un poco triste, pero hizo lo que había convenido con la luna, sin adivinar ni por un instante la jugada que ésta le tenía preparada.
¡Y vaya jugada! impropia de una amistad tan bonita.
"Que no cuente conmigo para ahogar a mis hijos, ese pedazo de memo -pensó la luna-. Cuando haya arrojado a los suyos al agua oscura, podrá pavonearse lo que quiera con su cola dorada, que yo seguiré paseando a mis hijos por la vía Láctea. ¡El sol será de oro, pero estará solo! Todo será así más justo".
-Es el momento, amigo mío -se rio para sus adentros, y lanzó con todas sus fuerzas el saco al río.
El sol estaba temblando. Como podéis imaginar, la idea de perder a sus hijos le apenaba mucho.
Pero una pacto es un pacto, incluso cuando es terrible. Así que arrojó su saco al agua oscura y, muy pronto, todo desapareció.
Los dos compañeros se separaron jurándose amistad eterna. El sol, muy apenado, fue a acostarse, y el cielo se volvió negro como boca de lobo.
Entonces la luna hizo una señal a sus hijos para que salieran de su escondite, y la tropa se ocultó en la silenciosa oscuridad.
-¡Cantad, bailad, hijos míos, la vida es bella! -chilló la luna.
Y todo el mundo se puso a gritar, a formar un corro enloquecido. De tal manera que el sol abrió un ojo. ¡Vaya sorpresa!
-¡Mentirosa! ¡Tramposa! ¿Ésta es tu amistad? ¡Y yo, pobre tonto, quería ser agradable contigo?
Estaba furioso e irradiaba sus rayos por todas partes. La noche se iluminó como si fuera pleno día.
-Tranquilo, amigo mío -dijo la luna-. He obrado así por la bien de la Tierra. Mira ahí abajo, has convertido la región en un desierto ardiente. Secas los ríos y los pozos, consumes las cosechas. ¡Pobres gentes! ¡Imagina cuál sería su suerte si tus hijos hicieran lo mismo!
Pero el sol no escuchaba nada.
"¡Qué malvada! -pensaba-. Y yo que creía que era mi amiga."
Regresó detrás del horizonte y se juró que nunca jamás le volvería a dirigir la palabra a la luna, esa liquidadora de niños.
Desde entonces, el sol está de morros con la luna y únicamente aparece durante el día, solo. En cuanto a la luna, seguramente confusa e inquieta, sólo se levanta por la noche. Todavía podemos ver a sus hijas, las numerosas estrellas, que siguen bailando y jugando al corro como locas a su alrededor.
Es injusto, sí. Los niños del sol no merecían perecer ahogados, incluso aunque a veces hicieran tonterías. Todos los padres del mundo lo podrán decir.
Pero tranquilizaos, también el sol había hecho trampas. Al meter a sus hijos en el saco, no anudó la cuerda. Así que una vez en el agua, pudieron escaparse, transformándose en peces. Ya sabéis, esos peces que se agitan y brillan como rayos de luz en la superficie de los ríos africanos.
Es el sol, su padre, quien los hace brillar. A pícaro, pícaro y medio.
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