LA SIRENA DE LAS PERLAS #leyendas #alemania #lecturajuvenil #sirena
En una de las islas que emergen en el mar Báltico, entre Alemania y los países escandinavos, vivía un pescador que conocía un gran secreto. No lo había desvelado a nadie, pero cuando sintió cerca la muerte, llamó a su hijo Hans.
-Escucha bien, hijo mío. Ha llegado el momento de contarte un secreto que guardo desde hace demasiado tiempo. Tienes que saber que entre los bancos de arena que se extienden al oeste de nuestra isla vive una terrible sirena. Es hermosa como todas las sirenas. Pero, por si no bastaran sus artes, posee ademas un collar de perlas encantadas. Cuando los marineros que pasan por aquellos lugares la ven, resultan atraídos sin remedio y sus naves chocan contra los peñascos. -dijo el padre.
-¿Qué tengo que hacer contra ese hechizo? -preguntó temeroso el hijo.
-Tienes que avisar a toda la gente de la costa e intentar evitar que la sirena y su collar continúen haciendo el mal. Yo lo intenté durante toda mi vida, pero no lo conseguí. Creo que estoy a punto de morir y te encomiendo esta difícil tarea. Ésa es mi única herencia -dijo el padre antes de morir.
Rápidamente, el hijo se puso manos a la obra. Avisó a los pescadores y a los marineros de la costa. No todos le creyeron e incluso algunos pensaron que hasta podía valer la pena encontrar a la sirena y su collar de perlas.
El joven se trasladó a vivir junto a la escollera para marcar noche y día el peligro a los navegantes. Era una tarea muy complidada. Nadie le pagaba y vivía en la miseria. Pero, ni siquiera el diablo podría convencerle de que abandonara esa misión.
Un día, demasiado cansando por las largas horas de vigilancia, se durmió. Precisamente en ese momento, una nave chocó contra los peñascos de la sirena. Nadie sobrevivió.
Hans tuvo tal remordimiento por aquellos instantes de sueño, que decidió que él mismo saldría a buscar a la sirena del collar de perlas. Con una pequeña barca buscó durante días y días por todos los rincones de aquella escollera asesina y no encontró nada. Estaba a punto de renunciar, cuando descubrió en el fondo de un fiordo estrechísimo la entrada a una gruta. Se acercó y vio en una roca de la entrada un libro que parecía muy antiguo. Justo cuando lo tuvo entre sus manos, apareció la sirena del collar de perlas.
-¡No toques ese libro! No está hecho para los mortales -le ordenó.
-Por fin te veo. No entiendo que tiene tu collar de perlas para atraer a tantos hombres. -dijo Hans haciendo de tripas corazón.
-¿Acaso no te gustan las perlas? -preguntó la sirena.
-No sabría que hacer con ellas -respondió Hans.
-Si las vendieras serías rico y podrías vivir sin trabajar -continuó la sirena.
-Creo que me aburriría. Pero no te aflijas si tu hechizo no actúa conmigo -concluyó Hans.
Hans remó para dirigir su barca hacia la salida del fiordo. Pero la sirena le increpó.
-Devuélme el libro. No te pertenece y has aprovechado mi ausencia para robármelo.
-Es cierto. Pero, ahora lo tengo yo.
-¡Serás castigado, Hans! Y contigo todos los hombres y mujeres de tu isla. ¡No se puede ofender a la sirena de las perlas! -amenazó la sirena.
Hans hizo oídos sordos y regresó a su casa.
Pasó mucho tiempo antes de que consiguiera leer el gran libro, pero cuando lo consiguió, comprendió que había robado a la sirena su talismás secreto. Desde ese día, ninguna nave había terminado dando con su casco en los malditos peñascos. Hans se sintió feliz por haber conseguido su objetivo y pudo vivir como todos los jóvenes de su edad.
Al cabo de poco, conoció a una muchacha guapa tan pobre como él, pero llena de bondad. Se enamaoraron y decidieron casarse. Pero la siena de las perlas estaba preparando su venganza. Cuando supo del amor de los dos jóvenes decidió que había llegado el momento. Esperó una noche oscura y cargada de viento. Sabía que los enamorados tenían que encontrarse en la playa y sabía que si uno de los dos no podía acudir a la cita, tenía que indicárselo al otro encendiendo un gran fuego delante de su cabaña.
Hans se había sentido mal de repente y encendió el fuego. Pero su amada no pudo verlo, pues la sirena había levantado una niebla oscura desde las olas del mar. Entonces, la muchacha quiso saber por qué Hans no había acudido a la cita. Se puso a correr por la arena de la playa, por los peñascos y por las aguas bajas. La sirena eligió ese momento para actuar; llamó a las aguas del Báltico y las lanzó contra la isla de Hans. Todo quedó destruido, pero el joven pescador logró oír los desesperados gritos de socorro de su prometida. Luchando contra el caos líquido que arrasaba la tierra por doquier, logró encontrarla agarrada a un peñasco. Sólo tuvieron tiempo de abrazarse antes de morir.
Con ellos perecieron todos los habitantes de la isla. Sólo al cabo de muchos días llegaron las primeras personas del continente cercano. Apenas tocaron la orilla, vieron que el desastre era absoluto y que había desaparecido toda forma de vida y también descubrieron una estraña estatua de roca.
Eran Hans y su hermosa prometida, petrificados para siempre por la cólera de la sirena. De los ojos de Hans salían miles de finísimas perlas, como si fueran las lágrimas que había vertido antes de morir.
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