Cuentos infantiles y juveniles "ENTRA Y LEEME"

                                                Un día,  el Gran Jefe decidió que se había cansado de vivir él solo en el cielo, sin compañía.  Ni siquiera en el mundo inferior había vida, pues estaba cubierto de agua. Así, el Gran Jefe bajó hasta el agua del mundo inferior y empezó a hacer bolas de barro.  Arrojó el barro a las aguas y creó enormes montones de tierra.  Algunos de los montones crecieron tanto que sus cumbres se helaron. En unos días, los árboles y la hierba empezaron a crecer en la superficie de los enormes montones de tierra. A continuación, el Gran Jefe amasó una bolla de barro más pequeña y le dio forma humana.  Como los árboles y la hierba, la figura humana cobró vida, y el Gran Jefe le dijo al hombre que pescase y recogiese alimentos del bosque. Sin embargo, al cabo de poco tiempo el hombre le dijo al Gran Jefe que se sentía solo.  Compadeciéndose, el Gran Jefe creó una mujer para él.  Mientras el hombre cazaba, el Gran Jefe

Imagen de  Jozef Mikulcik  en  Pixabay    Iba la Cabra en busca de frescos pastos para llenar su ubres agotadas, y cerrando la puerta, le dijo al Cabrito: -Guárdate bien de abrir, como no te den esta consigna: Maldito sea el Lobo y toda su raza. Por casualidad pasaba el Lobo, oyó aquellas palabras y las retuvo en su memoria.  La Cabra no havía visto al voraz.  Este, apenas la vio partir, llamó a la puerta, diciendo con la voz mejor fingida que pudo: -Maldito sea el Lobo y toda su raza -dijo creyendo que en el acto le abrirían. El Cabrito, suspicaz, miró por la rendija. -Enseñadme  la pata blanca, si queréis que abra -le dijo-  Pata blanca no es pata de Lobo. El feroz animal, cariacontecido, se volvió a sus matorrales.  ¿Qué sería del Cabritillo si hubiera creído al Lobo? Las precauciones nuncan están de sobra. 

                                                                                                                                                                                    Odín llevó el aguamiel de la inspiración a los dioses.  Cuando los Aesir y los Vanir, las dos razas de dioses, hicieron las paces, todos escupieron en una vasija y así crearon a un gigante sabio, Kvasir, quien más adelante murió a manos de dos enanos, que mezclaron su sangre con miel para elaborar el aguamiel mágica de la inspiración y llenaron tres enormes vasijas con ella.  Pero Suttung, un gigante a cuyos padres habían matado los enanos, se llevó el aguamiel para vengarse y la escondió en el interior de una montaña. Odín decidió recuperarla y entregársela a los dioses.  En primer lugar hizo que nueve hombres que trabajaban para Baugi, hermano de Suttung, se peleasen y matasen entre sí y ocupó su lugar, pidiendo en pago únicamente un trago de aguamiel. Suttung se negó, pero Baugi a

En cierto reino, en cierto país, vivía un campesino.  Llegó un día en que le enrolaron como soldado.  Al despedirse de su esposa, que estaba embarazada le dijo: -Mujer, gobierna bien nuestra casa y espérame que volveré cuando me licencien.  Aquí hay cincuenta rublos.  Tanto si es hija como si es un hijo lo necesitarás.  El campesino se despidió de su mujer y partió hacia el lugar donde debía presentarse.  Al cabo de unos tres meses, su esposa dio a luz a dos niños gemelos y les puso por nombre Iván ; los dos Ivanes, hijos de un soldado. Los niños empezaron a crecer lo mismo que sube la masa con buena levadura.  Cuando cumplieron diez años, la madre los puso a estudiar.  Progresaron rápidamente, dejando atrás a los hijos de los nobles y de los mercaderes, ninguno de los cuales sabía leer, escribir, ni contestar mejor que ellos.  Envidiosos, no dejaban pasar día sin pegar o pellizcar a los gemelos.  Hasta que uno de los hermanos le dijo al otro: -¿Van a estar mucho tie

  Imagen de  Richard Duijnstee  en  Pixabay   + 7 AÑOS Uno de los jugadores se dobla por la cintura con la cabeza entre las manos y la barbilla tocando el pecho, para que los otros puedan saltar por encima de él. Los demás jugadores hacen una fila para saltar por turno.  Hay que saltar apoyando las manos en su espalda unos por encima de los otros hasta que se cansen. Cuando un jugador ha saltado a todos los que estaban haciendo de potro, se coloca también él para que lo salten al final de la fila en la misma posición. Finalmente, cuando no queda nadie por saltar, el primer potro se levanta y salta toda la fila formada por sus compañeros.  Se va repitiendo el juego tantas veces como se quiera. Imagen de  Prawny  en  Pixabay  

Imagen de  Speedy McVroom  en  Pixabay    En un lejano país había un músico que tocaba el violín como un virtuoso.  Viendo un día que las cosas se estaban poniendo muy malas, decidió lbuscarse un compañero.  Así que se fue al bosque y allí se puso a tocar con empeño lsu violín, hasta que se le presentó un lobo. "¡Qué el cielo me ayude!" se dijo el músico, "para que este lobo no me haga daño". -¡Cuán maravillosamente tocas! -dijo el lobo-.  Mucho te agradecería que me enseñases tu arte. -Será cosa muy sencilla -resplicó el músico- si haces lo que te digo. El lobo se lo prometió y siguiendo al músico llegaron hasta un viejo roble, que estaba hueco y presentaba una gran grieta en medio del tronco. -Mira -dijo el músico-; si deseas aprender a tocar el violín, mete tu pata en esa rendija. Obedeció el lobo y el músico, cogiendo una piedra, le ajustó la pata delantera a la grieta, aprisionándolo. -Espérame hasta que vuelva -le dijo, y prosiguió su camino. Como el músico de

Un cazador vivía en la ciudad de Benarés (contaba Bhisma a Yudhisthira un día).  Este hombre partió para la selva  en busca de caza y, contraviniendo todas las leyes de la caza y de la humanidad, llenó su cacaj de flechas empozoñadas.  Allá, en lo profundo del bosque, se encontró con una manada de ciervos, y, seleccionando con cuidado una flecha que estuviese bien envenenada, la disparó contra el rey de las reses.  Pero como Indra se entera de todo lo que ocurre, se enfadó mucho por el acto de cobardía del cazador, y desvió la flecha contra el tronco de un árbol, sin acordarse para nada del veneno.  El pobre árbol, que era el monarca de los árboles, al notar la ponzoña que corría por su savia, se secó.  Se le cayeron las hojas primero; las ramas después, y terminó por morir. Ahora bien -contaba el dios- existía en dicho árbol un pájaro que desde su más tierna infancia había vivido en un huequecito que tenía el tronco.  Se salvó de esta manera de las lluvias torrenciales, y a